Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 7 de febrero de 2018

Todos los alimentos son puros


El evangelio recoge esta enseñanza de Jesús: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre» (Mc 7,14).

A continuación, Jesús mismo explica lo que quiere decir: «Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina. [...] Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

El evangelio especifica que «con esto declaraba puros todos los alimentos». 

Para los judíos, musulmanes y otros grupos humanos, siguen siendo muy importantes las normas sobre los alimentos que se pueden comer o no, pero en el cristianismo lo importante no es lo que uno come o bebe, sino nuestro comportamiento con los demás humanos, especialmente con los más desfavorecidos.

San Pablo llega a afirmar que «el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17).

Por eso resulta tan extraño que grupos cristianos sigan prohibiendo el consumo de la carne de cerdo o imponiendo a sus miembros normas sobre qué pueden o no pueden comer, cómo tienen que vestir y cosas por el estilo.

Estos problemas ya se plantearon en la primera comunidad cristiana y quedó solucionado el año 49, en el llamado «concilio de Jerusalén».

Pablo decía que los que no eran judíos no tenían por qué observar las leyes y costumbres de los judíos. El concilio, a propuesta de Santiago, responsable de la comunidad de Jerusalén, acordó respetar a los creyentes que se convertían al cristianismo, independientemente de cuál fuera su raza o su lugar de nacimiento. Solo se les pidió guardarse de la fornicación y no comer carnes sacrificadas a los ídolos (Hch 15,1-33). 

El problema volvió a plantearse más tarde y Pablo lo clarificó todavía más (Gál 2,11-14).

Recordemos la enseñanza de san Pablo: «Para ser libres nos liberó Cristo» (Gál 5,1). Vivamos en la libertad de los hijos de Dios, usando de los bienes con moderación, pero sin prejuicios ni tabúes. Feliz día a todos.

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