Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 11 de enero de 2018

El reino de Dios


La clave de lectura que da unidad y armonía a las lecturas bíblicas del Tiempo Ordinario es el anuncio del «reino de Dios», que constituye el contenido principal de la predicación de Jesucristo. 

De hecho, las lecturas evangélicas que se leen al comenzar este tiempo siempre hacen referencia a la predicación de Jesús sobre el reino, que reaparece muchas veces en los evangelios de los domingos y de los días feriales. Y este tiempo se concluye con la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. 

Por eso, se puede decir que «la dinámica de todo el Tiempo Ordinario está encerrada entre estos dos polos: el reino de Dios anunciado y comenzado por Jesús y el reino de Dios que un día se realizará plenamente, marcando así el final de este tiempo y el comienzo de uno nuevo». 

Recordemos que tanto la palabra hebrea «malkut» como la griega «basileía» no se refieren a un lugar geográfico donde gobierna un rey, sino al ejercicio mismo de la soberanía por parte de ese rey. Por eso, el reino de Dios (o de los cielos en el evangelio de Mateo, que es una manera semita para hablar de Dios sin nombrarlo), significa la soberanía de Dios sobre el mundo, que se hace presente en la historia por medio de la actividad y de la persona de Cristo. 

Desde el primer anuncio de su nacimiento, Jesús es llamado «rey» en sentido mesiánico; es decir, heredero del trono de David, cuyo reino no tendrá fin según las promesas de los profetas. 

El inicio de su vida pública manifestó que, con su llegada, «se ha cumplido el plazo, el reino de Dios está llegando» (Mc 1,15). 

Esto es lo que anunciaba Jesús y esto es lo que anuncia la Iglesia. No estamos solo recordando el pasado, sino que la Iglesia continúa la misión de Cristo, anunciando y haciendo presente su reino. 

Por eso, el Tiempo Ordinario es tiempo de alegría (porque Dios nos ofrece la salvación en Cristo) y de conversión (porque ante su ofrecimiento se nos exige una decisión). Tiempo de agradecimiento por este don y de responsabilidad para hacerlo fructificar en la vida concreta de cada creyente.

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