Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 26 de enero de 2017

Domingo, día octavo


El «día octavo». Si el domingo cristiano solo fuera memoria de la creación, no habría aportado ninguna novedad al sábado judío. Pero, como hemos visto, la muerte y resurrección del Señor fueron interpretadas como el cumplimiento de toda la creación antigua y el inicio de la nueva y definitiva, como la irrupción en nuestra historia de la vida futura prometida por los profetas.

Por eso, el domingo fue llamado muy pronto «día octavo», tal como podemos ver en la Epístola de Bernabé, el segundo Henoc, los escritos de Justino, Ireneo, Clemente romano... 

Como la semana tiene solo siete días, este nombre indica que estamos hablando de un día nuevo, diferente de todo lo anterior y de un valor superior, que comienza una nueva creación y anticipa el mundo futuro. El octavo día es verdaderamente «el día que hizo el Señor» (cf. Sal 118 [117],24), que comienza una realidad nueva en la que estamos invitados a entrar. 

Isaías anunció la renovación del universo en sus profecías: «Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; lo pasado no se recordará ni se hablará de ello, sino que habrá alegría y gozo perpetuo por lo que voy a crear» (Is 65,17ss). 

San Pablo dice que la nueva creación, anunciada por los profetas, ha comenzado ya con la resurrección de Cristo. Él es el primogénito de entre los muertos, al que deben seguir muchos otros. Es el principio de la nueva creación (cf. Col 1,18). 

Los Santos Padres desarrollaron el tema y presentaron el bautismo como la introducción del cristiano en la nueva creación. Para ello se sirvieron de la comparación entre este y el rito de la circuncisión, practicado por los judíos al octavo día del nacimiento, tal como vemos en san Justino: 

«El mandamiento de la circuncisión, por el que se mandaba que absolutamente todos los nacidos habían de circuncidarse al octavo día, era también figura de la verdadera circuncisión, por la que Jesucristo nuestro Señor, resucitado el día primero de la semana, nos circuncidó a nosotros del error y de la maldad. Porque el primer día de la semana, aun siendo el primero de todos los días, resulta el octavo de la serie, contando dos veces todos los días, sin dejar de ser el primero».

Los Santos Padres se sirvieron también de la imagen de los ocho supervivientes del diluvio con la misma intención. De alguna manera, el diluvio ya supuso una nueva creación, en la que se aniquilaba el pecado y Dios ofrecía su amistad a los hombres. Lo vemos también en san Justino: 

«En el diluvio se  cumplió el misterio de los que se salvan. En efecto, el justo Noé, con los demás hombres del diluvio, a saber: su mujer, sus tres hijos y las mujeres de sus hijos, ocho en número, representaban el día que por su número es octavo, en que apareció nuestro Cristo, resucitado de entre los muertos, aunque por su virtud sigue [siendo] siempre [el] día primero. Y es así que Cristo, primogénito de toda la creación, vino también a ser principio de un nuevo linaje, por él generado con el agua, la fe y el madero, que contenía el misterio de la cruz, al modo que también Noé se salvó con los suyos llevado en el madero del arca sobre las aguas».

Así pues, el domingo es al mismo tiempo el «día primero» y el «día octavo», la memoria semanal de la primera creación al inicio de los tiempos y la introducción en la nueva creación, que comenzó con la resurrección de Cristo y llegará a plenitud al final de los tiempos, cuando él vuelva en su gloria. 

Ese «último día» era llamado por los profetas «el día del Señor». Este nombre terminará imponiéndose y suplantando a los demás. Mañana estudiaremos su significado en el Antiguo Testamento y el sentido que le dieron los primeros cristianos.

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