Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 3 de diciembre de 2016

El Adviento y la escatología cristiana


En los momentos actuales, «el tiempo de Adviento comienza con las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de Navidad» . Su característica principal es la tensión entre la «preparación para la Navidad, en la que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres [...] y la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos».

El Adviento consta de dos partes bien diferenciadas. La primera, desde el inicio hasta el 17 de diciembre, tiene una dimensión fundamentalmente escatológica. La segunda, del 17 al 24 del mismo mes, prepara más directamente la Navidad. Detengámonos ahora en el estudio de la primera parte, marcada por la mirada hacia los tiempos finales.

Desde los primeros tiempos, la Iglesia confiesa en el credo su fe en Jesucristo resucitado, que «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». 

El Catecismo resume así el apartado que dedica a este artículo: «Cristo reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas […] Al fin del mundo, vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien […] revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia» (nn. 680-682). 

Las palabras parusía y adviento conservan un significado doble. Por un lado, expresan la certeza de que Dios ya nos ha visitado en Cristo y se ha quedado entre nosotros. Por otro, indican que esta presencia no llegará a plenitud hasta la segunda y definitiva venida del Señor. Es lo que la teología ha llamado el «ya, pero todavía no» de la salvación. 

La fe en Jesucristo mira al pasado (a su historia, a lo que hizo y enseñó) y, al mismo tiempo, mira al futuro (hacia su regreso triunfante al final de la historia, como Señor del universo). Solo entonces se clarificará plenamente el misterio del mundo y del hombre, así como el misterio de Cristo se ha iluminado con su glorificación a la derecha del Padre. 

La primera venida del Señor en la debilidad de la carne inauguró los tiempos mesiánicos. Él ya ha entrado en nuestra historia, ha asumido nuestra naturaleza y nos ha asociado a su persona. Esta gozosa noticia es anuncio y anticipo de su futura venida gloriosa, que coronará su obra redentora al fin del mundo, llevando a plenitud nuestra historia y glorificando nuestra naturaleza. 

Como el Señor que vendrá con gloria es el que ya ha venido, las referencias a la primera y a la segunda venida van necesariamente unidas en las celebraciones de la Iglesia. 

Como es natural, esta tensión entre la primera venida del Señor y la última se mantiene en los textos litúrgicos de Adviento. Por ejemplo, cuando se refieren a Jesucristo, «cuya venida en carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis» (bendición solemne), o cuando relacionan su primera venida «en la humildad de nuestra carne» con la última «en la majestad de su gloria» (prefacio I). Este tema fue muy desarrollado en la antigüedad. 

La salvación no es solo un acontecimiento personal, que se reduzca a cada creyente de manera independiente. Por el contrario, la creación entera espera su redención y «gime con dolores de parto, esperando la plena manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19). 

El juicio final supone que la historia presente terminará y la obra de Dios llegará a plenitud. Entonces «Dios lo será todo en todos» (1Cor 15,28). 

La vida cristiana se convierte, así, en un perenne Adviento, en un continuo disponernos para acoger la presencia salvadora del Señor en nuestras vidas y en el mundo. Su primera venida nos hace desear su manifestación futura y la plenitud de su obra. Como eso es algo bueno, los cristianos quieren adelantar el regreso de Cristo, al que suplican que no retrase su manifestación, que venga ya.

Hasta que llegue la manifestación final de Cristo y su salvación definitiva, seguiremos necesitando de la esperanza del Adviento. No basta con recordar la venida del Hijo de Dios a nuestra historia, sucedida hace más de dos mil años. Eso es solo el anticipo de algo mejor, que está por llegar. Pero tampoco podemos esperar inactivamente, contentos con la certeza de que volverá con gloria al final de los tiempos. 

Mientras esperamos la futura salvación hemos de trabajar para prepararla. Esta es la dimensión práctica del Adviento, que nunca podemos ignorar si no queremos falsificarlo. Es la dimensión moral de la fe cristiana, de la que no se sustrae la liturgia. A diferencia de los cultos paganos y de la «new age», volcados en el bienestar del individuo, pero sin grandes consecuencias prácticas en las relaciones interpersonales. 

Al inicio del Adviento, la liturgia pide a Dios que nos conceda «salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras» (oración colecta del domingo I). Los que desean encontrarse con el Señor, se esfuerzan en preparar su venida.

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