Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 28 de septiembre de 2020

La misión de santa Teresita en la Iglesia


Los santos son aquellas personas de distinta edad y condición que han practicado heroicamente las virtudes. Normalmente se han identificado con su contexto histórico, por lo que podemos admirar sus vidas, pero difícilmente podemos trasladarlas a otros contextos. Son ejemplares porque manifiestan que es posible vivir los valores del evangelio en ese contexto concreto, aunque su manera de vivir no necesariamente sea válida en un contexto distinto.

Sin embargo, hay algunos santos (es verdad que son pocos) que trascienden su tiempo y su contexto, que aportan algo original, único, que abren puertas nuevas a la comprensión y a la vivencia del cristianismo. Su mensaje va más allá de su vida y puede ser una ayuda para los cristianos de otras épocas y lugares, ya que han propuesto facetas del evangelio que hasta entonces habían permanecido en penumbra.

Algunos inventos (la alfarería, la rueda, la escritura, la luz eléctrica, el teléfono, la informática…) han cambiado la historia de la humanidad y han mejorado la calidad de vida no solo de sus inventores, sino de toda la especie humana. 

Lo mismo sucede en el ámbito de la experiencia religiosa, en la que algunos santos (Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux…) han cambiado la historia de la Iglesia y de la teología con sus intuiciones. H. U. von Balthasar considera a Teresita la última hasta el presente con una «misión teológica», lo que nos habla de la extraordinaria rareza de estos constructores del espíritu.

Por muchos años, Teresa nunca soñó que tenía un mensaje que ofrecer a toda la Iglesia. Este convencimiento se despertó en ella a medida que ponía por escrito sus intuiciones, especialmente al final de su vida. Cuando ya tiene redactados el manuscrito «a» (dos años antes de su muerte) y el «b» (un año antes de su muerte), durante la redacción del manuscrito «c» (tres meses antes de su muerte) comprende lo extraordinario de su doctrina, por lo que manifestó varias veces a sus hermanas el deseo de que se publicaran sus escritos, aunque no hicieran referencia a ella, ya que lo importante no es quién los ha redactado, sino el mensaje que contienen, que puede iluminar a las nuevas generaciones de cristianos. 

Ella sabe que su «caminito», que ha experimentado personalmente antes de ponerlo por escrito, puede ser una gran ayuda para las «almas pequeñas». 

Comprende que debe comunicarlo, porque Dios mismo se lo pide; por eso afirma: «En mi misión, como en la de Juana de Arco, la voluntad de Dios se cumplirá, a despecho de la envidia de los hombres».

Es consciente de que sus escritos «pueden hacer mucho bien», por eso insiste en que «es muy importante» que se publiquen. También intuye que los que los leerán le agradecerán que los haya escrito y afirma que «todo el mundo me amará». 

No estamos ante la soberbia de una persona que se sobrevalora, sino ante la humildad de quien sabe que tiene algo valioso que aportar, algo que a ella le ha servido y que puede servir a los demás. De hecho, lo que le importa no es que se hable de ella ni que la admiren, sino que los hombres conozcan su propuesta para que así puedan ser felices.

Su clarividencia se ve perfectamente cuando afirma: «Presiento que voy a entrar en el descanso. Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo y de dar mi “caminito” a las almas. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. Y eso no es imposible, pues, desde el mismo seno de la visión beatífica, los ángeles velan por nosotros. Yo no puedo convertir mi cielo en una fiesta, no puedo descansar mientras haya almas que salvar... Pero cuando el ángel diga: “¡El tiempo se ha terminado!”, entonces descansaré y podré gozar, porque estará completo el número de los elegidos y todos habrán entrado en el gozo y en el descanso. Mi corazón se estremece de alegría al pensar en esto».

Incluso se atreve a prometer a sus hermanas que, si al llegar al cielo después de su muerte, llegara a descubrir que se ha equivocado al proponer su «caminito», «yo misma obtendré el permiso de Dios para venir inmediatamente a advertíroslo. Entre tanto, creedme, mi camino es seguro, seguidlo fielmente».

El cuadro de arriba se encuentra en la basílica de santa Ana en Cracovia y fue pintado en estilo modernista en 1925, año de la canonización de santa Teresita.

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