Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 14 de diciembre de 2015

Vida y escritos de san Juan de la Cruz


El 14 de diciembre la Iglesia celebra la fiesta de S. Juan de la Cruz, místico y poeta. Es uno de los españoles más universales. Sus obras están traducidas a más de 50 idiomas y es leído por cristianos, musulmanes, budistas, hindúes... Acerquémonos brevemente a su persona.

Juan de Yepes nació en Fontiveros (Ávila) en 1542 y murió en Úbeda (Jaén) en 1591. Conoció la miseria desde su infancia. Fue testigo de la muerte de su padre y de su hermano a causa del hambre. Tuvo que emigrar, mendigar y servir en un hospital de enfermos contagiosos desde niño. Incluso trabajó como aprendiz en distintos talleres artesanos. 

Su negación de todo lo accesorio, su amor a lo esencial, al trabajo manual, a los oficios humildes, su caridad con los enfermos y otras características suyas, encuentran aquí un buen fundamento. 

Cuando asuma cargos de responsabilidad en el Carmelo Descalzo, lo encontraremos cuidando personalmente de los enfermos, diseñando las plantas de los conventos, levantando tabiques, pintando muros, cultivando la huerta y realizando todo tipo de trabajos manuales. Algo impensable en una época en la que estas ocupaciones se consideraban incompatibles con las actividades intelectuales o de gobierno, por deshonrosas.

Paradójicamente, su condición de pobre de solemnidad le abrió la posibilidad de recibir una inicial formación intelectual en el colegio de los «doctrinos» para niños pobres de Medina del Campo. Allí «aprendió muy deprisa a leer y escribir bien». 

Esto le capacitó para asistir a las clases de humanidades que impartían los Jesuitas en el Colegio que acababan de abrir en la ciudad. Allí se introdujo en el mundo de los autores clásicos y de la literatura italiana, de la poesía culta y de la popular.

El administrador del Hospital de la Concepción le propone convertirle en Capellán de la institución. Los Jesuitas intentan reclutarle en sus filas. Pero él decide hacerse Carmelita con el nombre de Juan de Santo Matía. Contaba 23 años. 

En el noviciado recibe una intensa formación espiritual. Una lectura obligada era el Libro de la Institución de los primeros Monjes. En él se propone «el fin de nuestra vida religiosa eremítica», que es «ofrecer a Dios un corazón santo y puro... y experimentar en el alma la virtud de la presencia divina y de la dulzura de la gloria soberana».

En 1564 es enviado a la Universidad de Salamanca, que se encuentra en su momento más esplendoroso. Allí enseñan los más famosos profesores del momento: Francisco de Vitoria, Fray Luis de León, Melchor Cano, etc. 

Se demuestra un alumno muy aventajado y es nombrado prefecto de estudiantes, con la obligación de preparar disputas (discusiones públicas sobre un tema que se debía defender con argumentos sólidos frente a las objeciones de un contrincante). 

En estos años va a sufrir una crisis vocacional por la que han atravesado muchos hermanos de su Orden a lo largo de los siglos. Han sido preparados en el noviciado para llevar una vida de oración y retiro, deben leer y escuchar en sus comunidades textos que les recuerdan los orígenes ermitaños del Carmelo... Y sin embargo, el Carmelo es de hecho una Orden mendicante, comprometida en el apostolado urbano. El mismo Fray Juan se encuentra ocupado en múltiples actividades, todas ellas buenas, pero distintas de su original vocación contemplativa. Después de pensarlo detenidamente, decide irse a la Cartuja.

Por entonces se cruza en su vida Teresa de Jesús, que tiene ya 52 años y se había trasladado a Medina del Campo para realizar su segunda fundación de Carmelitas Descalzas. El Santo cuenta sólo con 25 años, y se ha desplazado desde Salamanca para cantar su primera Misa. En el locutorio, le comentó a la Madre Fundadora su deseo de irse a la Cartuja, buscando una entrega más generosa al Señor. Ella le contestó: «¿Para qué quiere ir a buscar fuera lo que puede encontrar en su propia Orden?». Y le invitó a unirse a su aventura fundacional. A él le pareció bien, «con tal de que se hiciera presto». Cambió su nombre por el de Fray Juan de la Cruz y se convirtió en el primero de los frailes descalzos y en una de las personas con las que más intimó Santa Teresa.

En el Carmelo descalzo encontró respuesta a sus ansias contemplativas y pudo conjugar la oración constante, el trabajo manual en soledad, la vida fraterna en sencillez y la intensa actividad apostólica: Predicación de la Palabra de Dios, formación de religiosos y religiosas, dirección espiritual de clérigos y laicos, así como un fecundo magisterio escrito. 

Recorrió todos los caminos de España y Portugal ejercitando su ministerio, llevando la contemplación a la vida y la vida a la contemplación.

Fue incomprendido, perseguido, encarcelado y maltratado. Sin embargo, no encontramos en sus obras rastro de amargura ni de resentimiento. Supo unirse íntimamente a Cristo y en él encontró todo lo que podía desear. Más de 400 años después de su muerte, sigue siendo un faro que ilumina nuestro caminar. 

S. Juan de la Cruz no es un escritor vocacionado. Desarrolla oralmente su magisterio, tiene grandes capacidades de empatía hacia sus oyentes, a los que escucha, conforta, aconseja de manera personal. Los primeros escritos suyos que conservamos son 31 estrofas del Cántico espiritual, los Romances y la Fonte, compuestos en la cárcel, en 1578, cuando ya tiene 35 años. 

A sus amigos y dirigidos suele entregarles papelitos con una frase o un dibujo que resume lo que han hablado (esto dará lugar a los Dichos de Luz y Amor). Cuantos escuchan la explicación de sus poemas le piden que lo ponga por escrito, lo que realiza entre 1582-1586, en los ratos que le dejan libre sus múltiples ocupaciones: viajes, gobierno de las casas, atención a los enfermos, formación y dirección de las Descalzas, mantenimiento de los huertos y conventos... 

Hoy conservamos la Subida al Monte Carmelo, la Noche oscura del alma, el Cántico espiritual (en dos versiones), la Llama de amor viva (en dos versiones), los Dichos de luz y amor, unas pocas poesías y algunas cartas y obras menores.

Una advertencia: escribe para enseñar, no para entretener. Él es consciente de que algunas páginas suyas son difíciles y lo advierte en varias ocasiones. Además, no se detiene en los primeros pasos de la vida espiritual (tratados por muchos otros autores), sino que quiere ayudar a quienes ya han realizado un camino importante y se encuentran con dificultades en el seguimiento de Cristo. 

Propongo la lectura de un párrafo de sus escritos: «No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu amado Hijo Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso me gozaré de que no te tardarás si yo me espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿Qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y todo es para ti. No te pongas en menos ni te conformes con las migajas que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate de tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón». (Dichos de Luz y Amor, 26).

He hablado en muchas ocasiones de san Juan de la Cruz. Pueden consultar las entradas aquí.

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