Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 3 de septiembre de 2015

Francisco Bergoglio y Teresa de Lisieux


Lazos y relevos entre Francisco y Teresa de Lisieux. Artículo de Virginia R. Azcuy. La misericordia impulsa la vida a florecer y llega hasta las periferias existenciales.

Los carismas sirven en la Iglesia para la edificación de la comunidad creyente; también son regalos que Dios hace, por medio de su Espíritu, para las mujeres y los varones que viven en cada tiempo. La vida y el mensaje de Teresa de Lisieux (1873-1897), conocida popularmente como “Santa Teresita” en nuestro medio, son rostro y canto de las misericordias de Dios para hoy.

Ella misma indica esta clave al comenzar sus manuscritos autobiográficos, como buena noticia que el Señor le pide compartir con sus hermanas –sin sospechar que sus escritos alcanzarían irradiación universal–: “Jesús me dio a entender (…) no voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente: ¡Las misericordias del Señor! (cf. Sal 88,2)”.

En la vida del padre Jorge M. Bergoglio sj, ahora papa Francisco, se destaca una experiencia fundante que tuvo lugar en la Fiesta de san Mateo de 1953, cuando él tenía 17 años. Se relata que ese día, después de la confesión, se sintió tocado y advirtió que sobre él descendía la misericordia de Dios. 

En recuerdo de este momento singular de su vocación, cuando fue elegido obispo usó como lema una fórmula sobre la vocación de Mateo, tomada de las Homilías de san Beda: miserando atque eligendo –lo miró con misericordia y lo eligió–. En su escudo de pontificado, al igual que en el de arzobispo, quiso repetir el mismo lema, quizás como un testimonio que esperaba confirmar en la fe a sus hermanos y hermanas: “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. (…) Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable”.

La “hermana misericordia” enlaza estas dos vidas cristianas, aunque ellas se distinguen a la hora de confesar esta cualidad de Dios: mientras la existencia de Teresa de Lisieux confiesa que “todo es gracia”, él declara –al asumir como obispo de Roma– que “acepto, aunque soy un pecador”. Lo que queda implícito es importante: él acepta porque no confía en sus propias fuerzas, sino en la misericordia de Dios, como ella enseña. El don de la misericordia es el mismo, pero cada bautizado está llamado a vivirlo de un modo personal, único e irreemplazable en el plan de salvación, cada cual desde su vocación.

La salida misionera. Siempre resulta sorprendente que una carmelita descalza, que ha vivido “encerrada” en un monasterio de fines del siglo XIX, haya sido declarada, junto a Francisco Javier, como “patrona universal de las misiones”. El secreto está en la fuerza del amor; y ella lo supo y lo explicó muy bien: “La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de Amor. Comprendí que sólo el amor ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegara a apagarse, los apóstoles no anunciarían ya el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre…”.

Quizás sea oportuno aclarar que, si bien Teresa del Niño Jesús o Teresita fue una contemplativa, no vivió una espiritualidad intimista o distante de las miserias humanas. Baste recordar su oración de intercesión por un asesino de nombre Pranzini, condenado a muerte, y la confirmación de su vocación al enterarse de su conversión antes de ser guillotinado, “cuando los labios de ‘mi primer hijo’ se unieron a las llagas de Jesús en el crucifijo que le ofrecieron”.

Ya siendo arzobispo de Buenos Aires, Jorge M. Bergoglio siempre tuvo una marcada pasión misionera, que expresó claramente en su amor por los más pobres y “desechados” de la sociedad consumista. La experiencia de Dios, cuando es auténtica, siempre conduce a la tarea evangelizadora (EG 173); la espiritualidad no se opone al compromiso social, así como la misericordia de Dios no excluye sino privilegia a los más pobres y sufrientes (EG 176ss). 

El actual obispo de Roma pone de manifiesto esta vocación misionera de todos los bautizados ya en las primeras páginas de Evangelii Gaudium: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).

El relevo que hace Francisco del magisterio de Santa Teresa del Niño Jesús se sitúa en el marco de la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II, su recepción en América latina y su actualización en el reciente Sínodo de los obispos sobre la Nueva Evangelización. El contexto histórico, la cultura propia y el lenguaje personal cambian radicalmente, pero ambos siguen hermanados en el deseo de amar a Jesús y hacerlo amar, en el corazón de la Iglesia, en el llamado a un amor de “salida misionera (que) es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (EG 15).

Una novedad distintiva que aporta el actual obispo de Roma es insistir en la dimensión social de la evangelización y en presentarla no escindida de la dimensión espiritual; lejos de toda sociologización del Evangelio y de todo espiritualismo infecundo, se reafirma la dimensión afectiva y efectiva de la caridad: “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás” (EG 178)

Teresa del Niño Jesús y el papa Francisco se hermanan en el anuncio de un Dios materno y rico en misericordia; la novedad está en la alegría de proclamar el Evangelio, en las calles y las plazas de la ciudad, a los pobres, excluidos y desechados de hoy.

La autora es Profesora titular en la Facultad de Teología de la UCA. Investigadora invitada en el Centro Teológico Manuel Larraín en Santiago de Chile. Coordinadora General del Programa de Estudios Teologanda. He tomado el artículo de aquí.

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