Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 16 de abril de 2015

El espacio de las mujeres como tiempo de Dios


“Qué fuerza tiene con Vos, Señor, un suspiro nacido de las entrañas”, oraba Sta. Teresa. La oración, profundamente emocional, y por ello verdadera; se sentía unida a Dios, desde su ser mujer; por eso le hablaba con sus entrañas.


El vínculo con Dios podía ser emocional; campo abonado de mujeres, es parte de la subjetividad femenina. Rehabilita la emoción y el sentimiento para Dios, para la vida. Las entrañas, como vehículo de relación con Dios. Entrañas de millones de mujeres que hoy son campo de batalla de los varones donde se extermina su dignidad ante nuestra indiferencia. 

Rompió el techo de cristal de las mujeres en su tiempo. Defiende la necesidad y el derecho de las mujeres a una vida interior de altura. 

Lucha contra las normas que la han constreñido, así como contra los “ideales de mujer” con los que la han definido: “No quiero bobaliconas” –decía. Rompe con la identidad que se le ha dado de fuera. 

Hace una lectura crítica de la razón imperante; y bien que se lo recordaban: “fémina contumaz inquieta y andariega”. 

Su tiempo le otorgaba una identidad a la baja; “pretenden hacernos andar como pollo trabado a los que vuelan como águilas con las mercedes que nos hace Dios”. 

Teresa a través de la oración construye una conciencia reflexiva sobre su propia identidad y conoce profundamente a Dios, profundamente la vida. 

Abierta al amor y a la belleza, con un corazón vivo, que siente, capaz de fecundarse siempre. “Aprovéchame a mi también ver campo agua y flores, en estas cosas hallo yo memoria del criador; digo que me despertaban y recogían y servían de libro”. Está claro, cuando te haces una con Cristo, te abres a la comunión de la vida; entonces, la luz viene de la vida misma.

El cuerpo de las mujeres como lugar de oración, como lugar de la dignidad humana. Me alienta a ello esa voluntad de Teresa de visualizar y corporaliza lo divino.

Privadas las mujeres de la universidad; se pusieron barrotes en los claustros; si por perfección era, ¿por qué privarles de las rejas a los varones? 

Ella hizo otra universidad: Convirtió en autoconocimiento su propia proximidad con la profundidad del misterio de Dios; antes de convencernos que ese conocimiento era valioso para todos, varones y mujeres. 

Enseñaba: “El conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se han de comer por delicados que sean”. 

Con gran conciencia de su debilidad que no niega (“mujer soy al fin flaca y ruin”) rompe sus muros, parte de sus propias fronteras para alcanzar la de los otros al ocuparse de Dios, en el interior de sí misma; en esa necesidad de auto clarificación, como mujer que oficialmente no sabía. 

Alza su voz para nombrarse como criatura de Dios con capacidad para recibir todos sus dones y sabiduría: “Que no sea esclava de nadie vuestra voluntad”.

Muchas mujeres salen en sus obras, con admirada gratitud; supo recibir la grandeza de las otras, un puntazo para nosotras ahora ¡Habla de mujeres cuando nos habla de Dios y, nos habla de Dios cuando habla de mujeres!

Pocas obras históricas retratan mejor la vida de las mujeres en esa época. La atroz vida e infamante que hoy se repite y atraviesa nuestra sociedad. Fue una disidente, inquieta y comprometida en una época de miedo y persecuciones.

Revaloriza el espacio femenino privado, el trabajo doméstico donde, durante siglos, se recluye a las mujeres; ella lo visibiliza como espacio abierto a Dios. 

Introdujo su propia lectura al acontecer de Dios. “Pues hermanas, entended que si es a la cocina, Dios anda entre los pucheros”. Un aviso a navegantes. 

Dios también juega en nuestro campo. Los pucheros, la cocina, lugar donde se relega a millones de mujeres, lo invoca como lugar donde acaece todo el misterio de Dios.

No habitó exclusivamente el “espacio femenino” ni la clausura. Gran negociadora y con capacidad de comunicación, concertó licencias, compraventas, estableció relaciones de diversa índole. Su voz era escuchada en decisiones importantes. 

Estaba en el mundo, por tanto en el tiempo, por tanto en la historia, rompiendo el techo de cristal de las mujeres en terreno negado por la cultura patriarcal. 

No cabe la exclusión en la aventura humana; tampoco en la iglesia, que no es un campo abierto para la experiencia integral de las mujeres en ella.

¿En la celebración de su V Centenario se interrogaron sobre esto? Si no lo hacemos será “un disparate huir de la luz para andar siempre tropezando”.

El artículo fue escrito por María Isabel Serrano Gonzalez, doctora en medicina, y publicado originalmente en El Adelantado de Segovia. Pueden leerlo entero aquí.

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