Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 8 de mayo de 2014

Beato Luis Rabatá (s. XV)


Hoy es la fiesta del beato Luis Rabatá, del que ya he hablado y ofrecido las oraciones de la misa aquí. Hoy les propongo el texto que ofrece el Oficio de Lectura, con el testimonio de un contemporáneo, recogido en el proceso de canonización:

Conocí muy bien al hermano Luis y traté con él familiarmente cuando era religioso de las Orden de carmelitas y moraba en la ciudad de Randazzo en el convento de San Miguel. El hermano Luis desempeñaba el cargo de prior; preclaro por sus virtudes, edificaba por su continencia viviendo solo a pan y agua y llevaba una vida de verdadero santo y de ejemplar religioso, apartado del humano consorcio y entregado a sus humildes quehaceres. 


Por las virtudes que en él resplandecían se había hecho odioso, siendo vejado por sus malos hermanos. Pero él sufría con singular paciencia las vejaciones e impertinencias de los hermanos y trabajaba incesantemente por su progreso espiritual y en utilidad del convento. 

Por su austeridad de vida era enjuto de aspecto, pálido de rostro, pero destellante de bondad, y de ojos hundidos. A los que le visitaban les daba normas de santa vida, especialmente a este testigo que acudía a él frecuentemente, y que, a causa de los ejemplos y santas palabras recibidos, vertía lágrimas profundamente conmovido.

El hermano Luis, aun siendo prior, no se eximía de ningún trabajo, se mostraba el más humilde de todos, mendigaba de puerta en puerta en la ciudad de Randacense pan, cirios y cosas semejantes para sustentar a los religiosos y ayudar a los demás. Cuando mendigaba pan, algunos pobres le pedían limosna, porque sabían que les daba el pan que había recibido. 


Una vez, los religiosos comieron carne en el domingo de Resurrección, pero él no quiso tomar, sino que, según su costumbre, tomó pan y agua, lo que refirió el hermano Pedro Cupani, compañero del hermano Luis. Este mismo hermano contó que el mismo hermano Luis, mendigando por las eras y por las aldeas, recibió una herida en la frente, por lo que estuvo enfermo. Preguntándole muchos quién le había llagado, nunca lo manifestó, sino que repetía con inmensa paciencia: «Dios lo perdone, sea esto para gloria de Dios».

Había un camino infestado e infame, que conducía al cenobio de San Miguel; él, para poner término a los escándalos y torpezas, consiguió el campo y tapó el camino; con sus propias manos hizo un nuevo camino trabajando él tanto como quienes, por sus ruegos, acudían a ayudarle. 


Cuando el hermano Luis necesitaba algún trabajo para su cenobio, todos, acordándose de sus beneficios, se le ofrecían, porque trataba a todos con gran afabilidad y hasta los obsequiaba con un convite. 

Cuando marchó de esta vida, su cuerpo encerrado en la caja, defendido con una reja, fue colocado bajo el altar del templo máximo, muchísimos lo invocaban piadosa y religiosamente, principalmente enfermos de fiebres cuartanas, los cuales sanaban de su enfermedad. Las cosas que entonces se contaban también hoy se siguen refiriendo.

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