Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 21 de febrero de 2014

La moral cristiana


Después de haber hablado de la Teología en general, de la Teología Fundamental y de la Teología Sistemática, presentaremos hoy la Teología Moral. Las otras ramas de la Teología son la Espiritualidad y la Pastoral, de las que hablaremos otro día.

Dios nos ha creado por amor y nos ha capacitado para amar. Además, nos ha regalado el don precioso de la libertad. Este es el motivo por el que Él nos propone un estilo de vida basado en el amor, cuyo modelo plenamente realizado es Jesús. 

No nos obliga a seguir ese camino, sino que nos lo ofrece para que podamos ser felices, para que se cumpla en nosotros su proyecto de amor.

La moral cristiana se resume en el camino de seguimiento de Jesús, identificándonos con sus actitudes vitales, revistiéndonos de sus propios sentimientos, con la meta de llegar a ser «otros cristos». 

Sin embargo, no podemos identificar la meta con el punto de partida o con el camino. Para alcanzar nuestro destino, partimos de una realidad de pecado e imperfección, por lo que es necesaria la paciencia y la perseverancia.

El primer objetivo de la Teología Moral es poner de relieve la grandeza y la belleza de la vocación cristiana: por gracia de Dios «ya» somos hijos suyos, «ya» hemos sido redimidos, «ya» podemos gustar anticipadamente la vida eterna. 

Desde el Antiguo Testamento queda claro que «el Señor no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Pues como la altura del cielo sobre la tierra, así es su amor» (Sal 103,8ss). Dios quiere la vida para su criatura, no el castigo; quiere para ella la vida en su sentido más pleno: la comunicación, el amor, la plenitud del ser la participación en el gozo de la vida, en la gracia del ser: «¿Quiero yo acaso la muerte del impío, dice el Señor Dios, y no que se convierta de su mal camino y viva?» (Ez 18,23). De esta certeza es de donde dimana esa especie de estribillo que tantas veces se escucha en las páginas sagradas: «Su amor es eterno» (repetido en cada versículo del Sal 136. Se pueden ver también Sal 100,5; 106,1; 107,1; 118,1.4.29; 1Cr 16,34.41; Jr 33,11).

En Jesucristo, que es «la imagen visible del Dios invisible» (Col 1,15), se ha revelado claramente «qué amor tan grande tiene el Padre» (1Jn 3,1), hasta el punto de que ha entregado a su propio Hijo por nosotros: «El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados» (1Jn 4,10). 

En la entrega que el Padre ha hecho de su hijo y que el Hijo ha hecho de sí mismo, comprendemos hasta el fondo lo que es el amor: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros» (1Jn 3,16). Por eso santa Teresita de Lisieux decía que «amar es darlo todo y darse uno mismo».

La Moral cristiana consiste en comprender estos principios y en responder con el propio amor al amor de Dios. Pero el amor no es algo teórico, sino que tiene que demostrarse en las obras concretas.

Para saber más: Catecismo nn. 1699-1986 y 2052-2557

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