Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 26 de junio de 2021

Beata María Josefina de Jesús Crucificado, ocd: La voluntad de Dios es un beso de su amor


Este precioso cuadro representa a dos carmelitas descalzas del sur de Italia:
- María Josefina de Jesús Crucificado (1894-1948), beatificada el año 2008, cuya fiesta se celebra el 26 de junio. Es la de nuestra izquierda.
- Elías de san Clemente (1901-1927), beatificada el año 2006, cuya fiesta se celebra el 29 de mayo. Es la de nuestra derecha.

Aquí recojo un texto tomado de los escritos de la beata María Josefina de Jesús Crucificado (el que propone el breviario para el oficio de lecturas):

La voluntad de Dios ha sido siempre el ansia ardiente de mi corazón: jamás he deseado otra cosa. Y he vivido y vivo de esta voluntad divina. Esta me es más necesaria que el pan que me nutre y que el aire que respiro. ¡No sabría dejarla ni tan siquiera por un instante! He querido vivir siempre y morir conforme al querer de Dios; he querido que la voluntad de Dios estuviese siempre en mis pensamientos, en mis palabras, en toda mi acción, a cada paso. Solamente la voluntad de Dios ha sabido cambiar mis dolores en gozo y convertir en un Tabor el Calvario de mi vida.

La voluntad de Dios es un beso de su amor. La voluntad de Dios es un abrazo de su bondad, que arranca al alma de sus propias miserias, para elevarla en alto a sus manos. La voluntad de Dios es un acto de ternura que debe hacer abandonar el alma al amor.

¡Oh voluntad de Dios, amor infinito!, transporta mi voluntad en la llama de tu amor. Yo quiero unirme a ti, mi Dios y mi todo. Quiero hacer todo aquello que a ti te agrada. Quiero que mi vida sea una continua adoración, un continuo himno de amor a ti, oh Dios Uno y Trino.

Aunque fuese un serafín de amor, ¿sería digna del Señor? Aunque me consumiese con sacrificios y penas por Dios, y mi vida fuese un holocausto, ¿qué cosa habría hecho por ti, mi Dios y mi todo?

Quiero amar a Dios con los ardores mismos de su divino Espíritu, con la ardiente unción de su Amor, amarlo hasta el punto de no vivir más que para él solo y de no hacer más que una sola cosa con él: una la volun­tad, uno el deseo, uno el escrito.

En la vida, una sola cosa es necesaria: conocer a Dios, sumo Bien, para poderlo amar con todo el corazón. Este conocimiento hace que desaparezcamos nosotros mismos en nuestro espíritu como gotas de agua en el océano, como chispas entre las llamas.

Contemplar a este Dios infinito. Uno en la esencia y Trino en las personas. En el infinito admirar la unidad sencilla; en la Trinidad tratar de ver el principio único, la sabiduría subsistente en el amor infinito, y en ella el movimiento de las pequeñas criaturas que tienen vida, que tienen amor en Dios.

Pensemos que nuestra pequeña voz un día será voz de gigante, porque será voz de gloria por los medios que Dios nos da sobre la tierra: los dolores, los sufrimientos, las oraciones y los sacrificios que encontraremos en la vida. Abismémonos en Dios, fundámonos en él y tratemos de vivir exultando a la invitación: «Veni Sponsa Christi».

El sufrimiento es un dulce y querido beso del Crucificado. No deseo ninguna otra cosa sino la cruz que es luz y amor. Señor, tú me dijiste que habría padecido cada día siempre más, que me habrías extendido sobre la cruz y allí me habrías dado el beso de la eterna unión, y yo suspiro por este momento, suspiro por este encuentro feliz que me cuesta, no obstante, la agonía de toda la vida.

Nuestra santa Madre Teresa de Jesús quiere que nosotras seamos las crucificadas en la cruz de Jesús: este es el programa de nuestra vida. Cuando pienso que Jesús me ha colocado con él sobre la cruz, siento dentro de mí una maternidad espiritual, una ternura por las almas, un gozo grande, profundo que no sé explicar.

Cuántas tribulaciones sobre la tierra, cuántas lamen­taciones, cuántos suspiros, cuántas lágrimas. Yo aquí, alejada de todos, comparto las penas de cada corazón; presento a Dios todos los suspiros, todas las lágrimas que riegan esta tierra de exilio. Vivo con la humanidad sufriente...

Cuánta consolación he sentido hoy en mi pobre corazón. Esas palabras en la santa comunión me han consola­do: «Hija, serás toda mía y cada vez más mía». Justamente es lo que ansía ardientemente mi alma. ¡Oh gran caridad de mi Señor! ¡Oh bondad inefable! ¡Oh Jesús Amor, yo te doy gracias y te amo!

En todos los átomos de polvo quisiera escribir con mi sangre: te amo, Jesús, salva las almas.

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