Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 22 de diciembre de 2020

Poesías navideñas


Mucho se ha escrito sobre el misterio de la Navidad, aunque las palabras humanas nunca podrán abarcarlo por completo. Que Dios ame a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos es algo que nos desborda. Por eso, la mejor manera para reflexionar sobre la encarnación del Hijo de Dios es el arte en sus variadas formas (pintura, escultura, poesía, música…).

En esta entrada recojo seis poesías antiguas, que nos pueden ayudar a penetrar en el misterio que la Iglesia celebra en Navidad. Otras más modernas son más fáciles de localizar.

Quien quiera leer muchos poemas navideños (divididos en cuatro secciones: Reír, Pensar, Rezar, Bailar) hermosamente ilustrados y acompañados por música adecuada, puede pinchar aquí

La obra de teatro más antigua que se conserva en español es el famoso Auto de los Reyes Magos, del s. XII, que empieza así: 

Dios criador, ¡cuál maravilla!
¡No sé cuál es aquesta estrella!
Agora primas la he veída.
Poco tiempo ha que es nacida.
¿Nacido es el Criador
que es de las gentes Señor?
Non es verdad, no sé qué digo.
Todo esto non vale un figo.
Otra noche me lo cataré.
Si es verdad, bien lo sabré…

Quizás de la misma época, o poco posterior, es el romance llamado La Virgen Pura o La Virgen y el ciego. Como sucede siempre con este tipo de canciones anónimas, hay numerosas versiones con variaciones en los versos, tanto en España, donde se sigue interpretando hasta el presente, como en América, donde también se cantó durante siglos.

Camina la Virgen pura, - camina para Belén,
y en el medio del camino - pide el Niño de beber.

-- No pidas agua, mi vida, - no pidas agua, mi bien,
que las aguas vienen turbias - y no se pueden beber.

Allí arriba, en aquel alto, - hay un hermoso vergel
con naranjas, que las cuida - un pobre hombre que no ve.

-- ¿Me da usted una naranja - para el niño entretener?
-- Coja usted, buena señora, - las que sean menester.

Según coge una tras otra, - florecen de tres en tres;
cuando la Virgen se aleja, - el ciego comienza a ver.

-- ¿Quién es esa gran señora - que a mí me hizo tanto bien?
En los ojos me dio vista - y en el corazón también.

Será la Virgen María, - que otra no ha podido ser.
Será la Virgen bella - y el glorioso san José.

En el s. XV, Gómez Manrique escribió una obra de teatro navideña: la Representación del nascimiento de Nuestro Señor. De ella tomo los párrafos titulados “La que representa a la Gloriosa cuando le dieren el Niño”:

Adórote, rey del cielo,
verdadero Dios y Hombre;
adoro tu santo nombre,
mi salvación y consuelo.
Adórote, hijo y padre,
a quien sin dolor parí,
porque quisiste de mí
hacer de sierva, tu madre.

Bien podré decir aquí
aquel salmo glorïoso,
que dije, hijo preçioso,
cuando yo te conçebí;
que mi ánima engrandeçe
a ti, mi solo Señor,
y en ti, mi Salvador,
mi espíritu floreçe.

Mas este mi gran placer
en dolor será tornado,
pues tú eres envïado
para muerte padeçer
por salvar los pecadores,
en la cual yo pasaré,
no menguándome la fe,
innumerables dolores.

Pero mi precioso prez,
hijo mío muy querido,
dame tu claro sentido
para tratar tu niñez
con debida reverençia,
y para que tu pasión
mi femenil corazón
sufra con mucha paciençia.

Félix Lope de Vega es uno de los autores más prolíficos del siglo XVI, que compuso muchos poemas navideños. Ofrezco uno poco conocido, pero muy profundo, a pesar de su brevedad: La mirada del Niño Jesús:

Este Niño celestial
tiene unos ojos tan bellos,
que se va el alma tras de ellos
como a un centro natural.

No se dejaba mirar
envuelto en nubes y velos;
ahora –entre pajas y hielos–
se deja ver y tocar.

¡Y cómo mira a los que son
la causa por que suspira!
Con unos ojuelos mira
que penetra el corazón.

El siguiente poema es de principios del s. XVII, tomado de los Conceptos espirituales, de Alonso de Ledesma.

Alma dormida, despierta,
y escucha el dulce clamor,
porque esta noche el amor
te ha echado un niño a la puerta.

No es bastardo, aunque está al hielo.
Ni pobre, aunque a puertas va.
Ni huérfano, ya que está
rico su Padre en el Cielo.
Y pues tu dicha es tan cierta,
estima mucho el favor,
pues esta noche el amor
te ha echado un niño a la puerta.

A puertas del corazón
el amor te le ha colgado,
visto el tiempo que has estado
sin hijos de bendición.

A sus clamores despierta
y escucha el dulce clamor,
pues esta noche el amor
te ha echado un niño a la puerta.

Para concluir, en el s. XVIII, Diego de Torres escribió la obra Del nacimiento de Nuestro Señor, de la que tomo estos versos:

Nació el Redentor del mundo
de una Virgen limpia y clara;
el Hijo, no sino el Sol,
la Madre, no sino el Alba:

Y quedó la Madre como
cristal por donde el Sol pasa,
Estrella, que el rayo influye,
Rosa, que el olor exhala.

Y Cristal, Estrella y Rosa
se conservan tan intactas,
que sin perder su pureza
dan luz, influjo y fragancia.

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