Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Creo en la santa Iglesia católica


El cuadro de Raúl Berzosa representa el triunfo de la Iglesia católica sobre la mentira y sobre el pecado.

La palabra española «Iglesia» deriva de la griega 'Ekklesia' y significa «asamblea de convocados», es decir, de los que han sido llamados y han respondido a esa llamada. Es la traducción del 'Qahal' hebreo que aparece varias veces en el Antiguo Testamento: «Convócame una asamblea…» (Éx 12,16; Lev 23,2, etc.). 

Esta palabra indica que todos los hombres hemos sido invitados por el Señor para formar una sola comunidad en su nombre. Por lo tanto, la Iglesia no es una organización que surge a partir de proyectos y acuerdos humanos, sino que viene de Dios por Cristo: «No sois vosotros los que me habéis elegido a mí; soy yo quien os he elegido» (Jn 15,16).

La Biblia usa muchas imágenes para hablar de la Iglesia: a veces la presenta como Pueblo de Dios (en camino hacia la patria prometida, que es el cielo); otras, como Familia de Dios (en la que todos somos hijos del Padre, hermanos de Jesús y templos del Espíritu Santo), Cuerpo de Cristo (y Cristo es la cabeza), Esposa de Jesucristo (a la que Cristo ama intensamente)…

La Iglesia fue preparada por Dios con las instituciones del antiguo Israel y anunciada por los profetas en el Antiguo Testamento, pero solo se ha manifestado claramente en tiempos del Nuevo Testamento. Cristo es el fundador de la Iglesia: él anunció el evangelio y reunió en torno a sí una comunidad de creyentes, a la que entregó su Espíritu y los sacramentos, para que su salvación alcance a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. San Agustín dice que, hasta que llegue a la plenitud final, la Iglesia «peregrina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios».

La identidad y la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo fueron los grandes argumentos que estudió el concilio Vaticano II, que la define como «un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen Gentium, 1). Jesús es el «sacramento» de Dios, ya que lo anuncia y lo hace presente entre nosotros, y la Iglesia es el «sacramento» de Cristo, ya que lo anuncia y lo hace presente entre los hombres.

En el Credo confesamos cuatro «notas» o características de la Iglesia fundada por Cristo, que es «una, santa, católica y apostólica».

La Iglesia es una porque solo existe un único Cristo que la ha fundado y que tiene un solo Cuerpo, una sola Esposa. Por desgracia, a lo largo de los siglos los cristianos nos hemos peleado y dividido en distintos grupos, llegando incluso a usar las armas unos contra otros. Pero Jesucristo quiere la unidad de su cuerpo y todos tenemos que rezar y trabajar para que haya «un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16).

La Iglesia es santa porque es el Cuerpo de Cristo, que es santo. Él actúa en ella, con la fuerza del Espíritu Santo, para la salvación de los hombres. A pesar de todo, la Iglesia está compuesta de hombres pecadores, siempre necesitados de conversión y del perdón de Dios.

La Iglesia es católica (palabra griega que significa «universal») porque está presente en el mundo entero, formada por hombres «de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap 5,9). También es católica porque cuenta con todos los medios necesarios para cumplir su misión de salvar a los hombres (el don del Espíritu y los sacramentos).

La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre el testimonio de los apóstoles (palabra griega que significa «mensajeros», «enviados») y es guiada por los sucesores de los apóstoles, que son los obispos, en comunión con el papa, el sucesor de Pedro, a quien Cristo aseguró: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18).

«La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él aunque, sin duda, fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Catecismo, 870).

El beato Francisco Palau y Quer, carmelita descalzo del s. XIX, tiene una preciosa doctrina en la que presenta a María como tipo de la Iglesia, como su modelo y su pleno cumplimiento. Ella es, al mismo tiempo, parte de la Iglesia y su mejor realización histórica. La Iglesia (y cada cristiano) está llamada a vivir de fe, como María, a generar a Cristo permaneciendo virgen para Dios, a dar a luz a Cristo y ofrecerlo al mundo, a seguirle y servirle con corazón indiviso, a permanecer de pie junto a la cruz, a orar insistentemente para recibir el don del Espíritu Santo, con la esperanza de ser un día glorificada, como María asunta al cielo. Estas ideas también fueron expuestas por el concilio Vaticano II y los papas y teólogos de los últimos tiempos.

«Creo en la Iglesia católica», que no es de este mundo, lo que significa que no ha sido proyectada por los hombres, sino por Dios mismo, aunque él respeta la libertad de los creyentes para darse las estructuras oportunas en cada época histórica. Sé que muchas de las actuaciones concretas de los hombres de Iglesia son discutibles, así como sus inclinaciones políticas, su forma de vestir o el idioma que usan en sus liturgias. Pero no es ese el contenido de mi fe, por lo que no la hacen tambalear ni tampoco la reafirman.

Creo en la Iglesia de Cristo, realmente presente en una solemne celebración presidida por el papa en el Vaticano y también en una sencilla casa de las misioneras de la caridad que sirven a los necesitados en un barrio de Calcuta, sin que haya contradicción entre una cosa y otra, sino complementariedad. 

Y creo que esta Iglesia se parece al arca de Noé: en ella hay sitio para todo el que confiesa que Jesús es el Señor y quiere vivir según sus enseñanzas, aunque no lo consiga. Creo que la Iglesia solo se manifestará en toda su belleza, «sin mancha ni arruga», en la vida eterna, cuando veremos las cosas tal como las ve Dios. Mientras tanto, quiero servirle con corazón sincero y poner lo que esté de mi parte para que se realice en ella el plan de Dios.

La Iglesia no son solo los sacerdotes. ¿Soy consciente de que formo parte de la Iglesia? ¿La amo? ¿Sé defenderla cuando la atacan?

Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4. La editorial Monte Carmelo tiene distribuidores en todo el mundo por lo que, si alguien está interesado en el libro, basta con que dé estos datos en cualquier librería religiosa y ellos se lo hacen llegar. Pueden ver la presentación de la editorial en este enlace.

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