Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 30 de enero de 2024

Dios es creador del cielo y de la tierra. Comentario al Credo (4)


El mundo no es producto de la casualidad, sino que corresponde a un proyecto eterno de Dios, que ha comenzado a realizarse en el momento oportuno, que se está desarrollando continuamente y que solamente llegará a plenitud al final de los tiempos. Las mismas leyes de la naturaleza y las ordenaciones naturales son fruto de la obra creadora de Dios.

El libro del Génesis presenta poéticamente la obra de Dios, que hizo todo en seis días y el séptimo descansó. Así indica que todas las cosas son buenas y corresponden a un proyecto amoroso que se va realizando en el tiempo y que llegará a plenitud cuando todo entre en su descanso, cuando vivamos la perfecta comunión de amor con Dios, para la que hemos sido creados. 

El ser humano también está llamado a trabajar durante su vida mortal, transformando la creación para ganarse el alimento. El descanso semanal le ayuda a recordar que Dios es el único creador y los hombres son solo colaboradores. Por eso el hombre interrumpe su trabajo, para dar gracias a Dios por el don de la vida y por todas las cosas hermosas que ha creado.

Los primeros capítulos del Génesis no deben interpretarse literalmente, lo que no significa que cuenten mentiras. Cuando decimos que una persona «es más buena que el pan», no le damos un mordisco para comprobar si es verdad, ya que entendemos a qué nos referimos. Lo mismo sucede al hablar de alguien «más dulce que la miel» o que «habla por los codos». No decimos mentiras, sino que usamos un lenguaje figurado para transmitir un mensaje verdadero. 

Muchas veces Jesús predicaba usando parábolas (narraciones con enseñanza religiosa). Lo mismo hace la Biblia en sus primeras páginas: usando un lenguaje poético, transmite un mensaje religioso, para el que las palabras ordinarias se manifiestan insuficientes. 

Así, enseña que hay un solo Dios que ha creado de la nada todo lo que existe y que ha hecho al ser humano (hombre y mujer) a su imagen y semejanza, con un destino glorioso: vivir en comunión de amor con él. También nos hace comprender que el pecado nos aleja de Dios y que sin él no podemos ser verdaderamente felices.

El capítulo primero del Génesis cuenta la creación del mundo y del ser humano en siete días. Estamos ante un hermoso poema que enseña que Dios ha creado todo por medio de su Palabra poderosa, según un proyecto complejo: la luz, el agua, el cielo y la tierra, los astros, las plantas, los animales y los seres humanos. Nuestra vida no es fruto del azar, sino que tiene un sentido, ya que corresponde a un plan de Dios.

El capítulo segundo cuenta la creación de forma distinta: Dios se presenta como un artista que modela la tierra para hacer sus obras o como un jardinero que planta árboles y cuida de los campos. Pone un cuidado especial en la creación de los seres humanos, formados del barro, como las demás criaturas, para indicar su naturaleza material y su fragilidad; pero sopla su aliento de vida sobre ellos, para indicar que poseen una participación del Espíritu divino.

La Biblia no habla de la evolución de las especies, del «big bang» ni de otras teorías científicas contemporáneas porque usa las categorías literarias y científicas de la época en la que se redactó, se adapta a las capacidades de sus destinatarios y transmite un mensaje religioso, no científico en el sentido actual.

Lo que el libro del Génesis nos transmite es que Dios ha creado todo lo que existe y que el ser humano (hombre y mujer) ha sido hecho «a su imagen y semejanza» para que pueda entrar en una relación de amor con Dios desde la libertad. En la medida en que aceptamos esta vocación, somos felices. Si la rechazamos y nos alejamos de Dios, somos infelices. San Agustín lo expresó así: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

«Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios, que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad» (Catecismo, 295).

«¿Se puede estar convencido de la evolución y creer sin embargo en el Creador? Sí. La fe está abierta a los descubrimientos e hipótesis de las ciencias naturales. La teología no tiene competencia científico-natural; las ciencias naturales no tienen competencia teológica. Las ciencias naturales no pueden excluir de manera dogmática que en la creación haya procesos orientados a un fin; la fe, por el contrario, no puede definir cómo se producen estos procesos en el desarrollo de la naturaleza. Un cristiano puede aceptar la teoría de la evolución como un modelo explicativo útil, mientras no caiga en la herejía del “evolucionismo”, que ve al hombre como un producto casual de procesos biológicos. La evolución supone que hay algo que puede desarrollarse. Pero con ello no se afirma nada acerca del origen de ese “algo”. Tampoco las preguntas acerca del ser, la dignidad, la misión, el sentido y el porqué del mundo y de los hombres se pueden responder biológicamente. Así como el “evolucionismo” se inclina demasiado hacia un lado, el “creacionismo” lo hace hacia el lado contrario. Los creacionistas toman los datos bíblicos (por ejemplo, la edad de la Tierra, la creación en seis días) ingenuamente al pie de la letra» (Youcat, 42).

Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, ISBN: 978-84-8353-865-4 (páginas 67-70).

No hay comentarios:

Publicar un comentario