Oremos a Cristo para que nos dé su Espíritu, que tanto necesitamos:
Danos tu Espíritu, Señor de la Vida.
- El Espíritu que nos capacita para seguir tus pasos y vivir el evangelio.
- El Espíritu que guió tu camino desde la concepción hasta el calvario.
- El Espíritu que acompañó tu crecimiento en estatura, gracia y sabiduría, en los años sencillos de Nazaret.
- El Espíritu que te orientó hacia el desierto para vencer al tentador antes de comenzar tu ministerio.
- El Espíritu que te sostuvo en el anuncio del Reino.
- El Espíritu que te alentó en tu hora definitiva y que nos entregaste en la cruz.
- El Espíritu que te resucitó del sepulcro y te llenó de gloria.
Danos tu Espíritu, Señor de la Vida.
Podemos invocar al Espíritu con esta preciosa traducción-paráfrasis de la secuencia de Pentecostés, realizada por el beato Francisco Palau ocd (1811-1872):
¡Oh Espíritu divino!
descended de las alturas,
dad a vuestras criaturas
un rayo de vuestra luz.
De los pobres Padre tierno,
dador de inefables dones,
y de nuestros corazones
–venid– refulgente luz.
Huésped dulce de las almas,
consolador bondadoso,
en las fatigas reposo
y calma en la agitación.
Vos entre el deshecho llanto,
de este valle de amargura
solaz sois. Vos sois segura,
dulce paz del corazón.
¡Oh luz pura e inefable,
más radiante que la aurora!
Del pueblo fiel que os adora
los corazones llenad.
Sin vuestro numen sagrado
el hombre es un puro nada,
es su herencia malhadada
la ignorancia y la maldad.
De los pechos que os invocan
sanad las llagas profundas,
borrad sus manchas inmundas,
regadlos en la aridez.
En sus locos extravíos
guiadlos rectos al cielo,
derretid su duro hielo
y doblad su rigidez.
Y de vuestros siete dones
la inestimable fragancia
derramad con abundancia
sobre vuestro pueblo fiel.
Que en Vos, puesta su confianza,
de la virtud pide el mérito,
de la salvación el éxito,
y el gozo perpetuo. Amén.
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