Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 21 de mayo de 2012

La humildad de Jesucristo

Ayer domingo prediqué el retiro mensual a los estudiantes del colegio internacional de los carmelitas descalzos en Roma. En la foto pueden ver la comunidad en la capilla. Durante la misa concelebraron los seis formadores y tuvimos servicio de diácono, acólitos, cantores con armonio y guitarra... El sábado, sin embargo, celebré la misa de ocho de la mañana en nuestra iglesia de santa Teresita, donde vivo. Normalmente viene un grupito de veinte o treinta personas, pero ese día, curiosamente, solo había dos fieles y yo. Falló hasta el sacristán, que es siempre el primero en llegar, pero estaba de viaje. No sé si había huelga de autobuses o si la calle estaba cortada o qué pudo suceder, pero no es eso lo que quiero compartir hoy con ustedes.


Lo que me llena de gozo y de sorpresa es la humildad de nuestro Señor Jesucristo: Él se hace presente cuando se reúne una asamblea pequeña en una iglesita de barrio y cuando se juntan miles de personas para una gran celebración en el Vaticano. Él renueva el sacramento de su entrega por amor, tanto cuando preside la eucaristía un sacerdote ignorante (y quizás lleno de pecados) como cuando la preside el Papa. Todos somos simples colaboradores de su gracia, dispensadores de un tesoro que llevamos en pobres vasijas de barro. Peró él quiere servirse de estos instrumentos para que su salvación siga alcanzando a la humanidad entera, para que se vea que la gracia no proviene de los hombres, sino que es don suyo.

Te doy gracias, Señor Jesús, por tu profunda humildad. Porque vienes a nuestro encuentro sin poner condiciones, porque siempre estás disponible para todos, porque me permites cada día hacer experiencia de tu amor. A ti la gloria por los siglos. Amén.

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