Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 30 de enero de 2024

Los relatos de la Creación en el Génesis


Los 11 primeros capítulos del libro del Génesis, por medio de unas narraciones profundamente simbólicas, ofrecen respuestas a las preguntas que nos hacemos sobre la identidad de Dios, el hombre y los demás seres. 

Estos capítulos no deben interpretarse literalmente, lo que no significa que cuenten mentiras. Cuando decimos que una persona «es más buena que el pan», no le damos un mordisco para comprobar si es verdad, ya que entendemos a qué nos referimos. Lo mismo sucede al hablar de alguien «más dulce que la miel» o que «habla por los codos». No decimos mentiras, sino que usamos un lenguaje figurado para transmitir un mensaje verdadero. 

Muchas veces, Jesús predicaba usando parábolas (narraciones con enseñanza religiosa). Lo mismo hace la Biblia en sus primeras páginas: usando un lenguaje profundamente poético, transmite un mensaje religioso, para el que las palabras ordinarias se manifiestan insuficientes. 

Así enseña que hay un solo Dios, que ha creado de la nada todo lo que existe y que ha hecho al ser humano (hombre y mujer) a su imagen y semejanza, con un destino glorioso: vivir en comunión de amor con él. También nos hace comprender que el pecado nos aleja de Dios y que sin Él no podemos ser verdaderamente felices.

El capítulo primero del Génesis se escribió en el siglo VI a. C. y habla de la creación del mundo y del ser humano en 7 días. Estamos ante un hermoso poema que enseña que Dios ha creado todo por medio de su Palabra poderosa, según un proyecto complejo: la luz, el agua, el cielo y la tierra, los astros, las plantas, los animales y los seres humanos. 

Nuestra vida no es fruto del azar, sino que tiene un sentido, ya que corresponde a un plan de Dios que se ha ido realizando en el tiempo y que aún no ha terminado. 

El capítulo segundo es mucho más antiguo, ya que recoge tradiciones de hace unos 4.000 años. Cuenta la Creación de forma distinta: Dios se presenta como un artista que modela la tierra para hacer sus obras o como un jardinero que planta árboles y cuida de los campos. 

Pone un cuidado especial en la creación de los seres humanos, formados del barro, como las demás criaturas, para indicar su naturaleza material y su fragilidad; pero sobre los que sopla su propio aliento de vida, para indicar que poseen una participación del Espíritu divino. 

Los nombres de los primeros padres son también profundamente simbólicos: Adán significa «terrestre» (de hecho, «tierra» se dice Adamá en hebreo) y Eva significa «madre».

La Biblia no habla de la evolución de las especies ni del Big Bang ni de otras teorías científicas contemporáneas, porque se adapta a las capacidades de sus destinatarios y transmite un mensaje religioso, no científico en el sentido actual. 

Nos dice que Dios ha creado todo lo que existe y que el ser humano ha sido creado para entrar en una relación de amor con Dios. En la medida en que aceptamos libremente esta vocación, somos felices. Si la rechazamos y nos alejamos de Dios, somos infelices. 

Un ejemplo nos puede servir de ayuda. Imaginemos un relojero que hace un bellísimo y complejo reloj. Si este reloj pudiera tener conciencia, descubriría que su felicidad está en marcar las horas (ya que ha sido creado para eso) y no en servir de cuña para una mesa que cojea o en ser desarmado para usar sus piezas en otras cosas. 

Lo mismo nos sucede a nosotros: Buscamos la felicidad por distintos caminos, hasta que descubrimos que hemos sido creados para vivir en comunión de amor con Dios y que solo él puede llenar nuestro corazón y hacernos plenamente felices. San Agustín lo expresó así: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

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