Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 18 de noviembre de 2012

La pedagogía de Dios


A lo largo de los siglos, los hombres han buscado conocer y servir a Dios. Las religiones nacen del profundo deseo de Dios que arde en nuestros corazones. Por eso, dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». 

La pretensión del cristianismo es que Dios ha respondido a la búsqueda de los hombres y se ha revelado a ellos. Y esto no solo por medio de mensajeros e intermediarios sino que, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Hijo de Dios nos ha hablado directamente, usando nuestro lenguaje, nuestras categorías, nuestras mediaciones; haciéndose verdaderamente uno de nosotros, tal como afirma la Carta a los hebreos: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros antepasados por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos finales nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1ss). 

Por eso la Iglesia afirma que solo él revela plenamente el misterio íntimo de Dios: «A Dios nadie lo ha visto nunca, el Hijo único del Padre, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha contado» (Jn 1,18). La palabra usada en el texto griego original es exegheomai; es decir, que Jesús "ha hecho la exégesis" de Dios, lo ha interpretado, traducido, dado a conocer.

La filosofía habla de Dios como de un ser omnipotente, inmutable, feliz en la c
ontemplación de sus perfecciones, motor inmóvil, causa increada, principio sin principio... 

Las distintas religiones también hablan de Dios, de los dioses o de lo divino, como aquel ser o aquellos seres que gobiernan el universo, las estaciones, la vida sobre la tierra, que justifican o mantienen el orden establecido o que remedian las necesidades de los hombres. 

A lo largo de los siglos se han escrito páginas sublimes sobre Dios y sobre el culto que debemos ofrecerle y otras verdaderamente deplorables. Al fin y al cabo son cosas que los hombres –normalmente con buena voluntad– han dicho o escrito sobre Dios. 

Pero no debemos olvidar lo que dice la Biblia: «A Dios nadie lo ha visto nunca». Por lo tanto, todos nuestros pensamientos sobre él son meras suposiciones. 

San Juan de la Cruz explica que «así como nuestros ojos pueden ver los objetos iluminados por la luz, pero no pueden mirar directamente al sol, porque el exceso de luz los quemaría, así nuestro entendimiento puede comprender las obras de Dios, pero no a Dios mismo, porque supera nuestras capacidades». 

Por lo tanto, lo más importante no es lo que los hombres han dicho sobre Dios a lo largo de los siglos (por muy interesante que sea), sino de lo que Dios ha dicho sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre nuestro origen y nuestro destino. 

La Sagrada Escritura afirma que Dios ha tenido una paciencia infinita con los hombres, ha actuado con gran pedagogía porque los ama como un padre a sus hijos. 


Antiguamente se manifestó de formas muy variadas a aquellas personas de buena voluntad que buscaron sinceramente su rostro y, de manera progresiva, se fue revelando. Eso era una preparación para su manifestación definitiva. 

Finalmente, en Cristo se ha dado del todo, de manera directa, sin intermediarios: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su propio Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). 

En su infinita misericordia, Dios nos ha hablado. 

- En primer lugar, por medio de la naturaleza: «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra» (Sal 18).

- Después, por medio de mensajeros (los profetas) que preparaban y prometían una revelación más plena. 

- Finalmente, de una manera definitiva, haciéndose uno de nosotros, usando nuestro propio lenguaje para que podamos entenderle.

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