Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 27 de noviembre de 2012

El «noviciado» de fray Juan de la Cruz


Ayer hablamos del primer encuentro entre santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, que tuvo lugar en Medina del Campo, y mañana, si Dios quiere, hablaremos de la fundación de Duruelo. Hoy estudiaremos cómo la madre Teresa preparó para dicha fundación a fray Juan en Valladolid. Un tema que ya tratamos aquí y que profundizaremos en esta entrada.

El 9 de agosto de 1568, Juan acompañó a Teresa a la fundación de Valladolid. Como aún no estaba establecida la clausura, durante casi dos meses participó con las monjas en todos los actos de su vida, aprendiendo de ellas «nuestra manera de proceder». 

Así lo cuenta ella: «Yo me fui con fray Juan de la Cruz a la fundación de Valladolid, para informarle de nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas. Él era tan bueno, que, al menos yo, podía mucho más aprender de él que él de mí; mas esto no era lo que yo hacía, sino enseñarle el estilo de proceder las hermanas» (F 13,5). 

Es importante la insistencia de la Santa en que a ella le interesaba transmitir a fray Juan «nuestra manera de proceder […], el estilo de recreación y hermandad […], el estilo de proceder de las hermanas». 


Todas las reformas religiosas de la época se caracterizaban por la búsqueda de una vida austera, insistiendo en la penitencia corporal. 

En estos momentos, fray Juan aún no ha desarrollado un pensamiento personal sobre el tema. Se limita a practicar lo que en su ambiente se identificaba con la perfección. 

Pero santa Teresa ya había realizado un largo camino de vida y de reflexión. De hecho, con su peculiar lenguaje (que hay que leer siempre con mucha atención para descubrir lo que dice entre líneas) afirma que en la práctica de «el rigor de la Regla […], yo podía mucho más aprender de él que él de mí». 

Ella no rechazaba esas cosas, pero era consciente de la novedad que suponía su propuesta de vida, que subrayaba otros valores, y quería que fray Juan también lo fuese. El fraile pudo asimilarlo en este contacto directo con ella y con sus monjas.

La fundación de un nuevo convento exigía visitar a los prelados y autoridades para conseguir los permisos, establecer acuerdos con los bienhechores, hacer escrituras, adaptar edificios, explicar detenidamente el proyecto de vida a las aspirantes, sin perder el ritmo de vida conventual. 


En medio de estas actividades, había momentos de nerviosismo o de irritación. Incluso la madre Teresa perdía a veces la paciencia. Pero fray Juan parecía inmutable. Siempre disponible, siempre sereno. 

En una carta, la madre hace su elogio: «Es cuerdo y adecuado para nuestro modo […]. No hay fraile que no diga bien de él, porque ha sido su vida de gran penitencia, aunque es joven. Más parece le tiene el Señor de su mano, que aunque hemos tenido aquí algunas ocasiones en negocios, y yo, que soy la misma ocasión, que me he enojado con él a ratos, jamás le hemos visto una imperfección» (Cta. 13).

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