Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 23 de noviembre de 2012

Comentario al Credo (12)

El perdón de los pecados. Jesús perdonó los pecados y encargó a la Iglesia que hiciera lo mismo: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,23). El perdón de los pecados va íntimamente unido al anuncio del Evangelio, que no es una filosofía o una moral, sino la Buena Noticia del amor de Dios por los hombres, que está dispuesto a perdonar sus pecados y a darles nueva vida. En primer lugar esto sucede por el bautismo. San Pablo dice que por medio del bautismo morimos al pecado y renacemos para la vida eterna (Rom 6,3ss). 

Pero la misericordia de Dios desborda nuestras expectativas: Él sigue ofreciéndonos su perdón y su bendición todos los días. Mediante el ministerio del sacerdote, en el sacramento de la penitencia (también llamado sacramento de la reconciliación o de la confesión) verdaderamente se concede al pecador arrepentido el perdón de sus pecados cometidos después del bautismo. Por eso dice san Pablo: «Nosotros hacemos de embajadores de Cristo, como si Dios mismo os exhortase por medio de nosotros. Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios» (2Cor 5,20). La ley de la Iglesia pide a todos los cristianos que se confiesen al menos una vez al año, por Pascua de resurrección, pero es conveniente hacerlo más a menudo, para recibir la gracia de Dios y crecer en su amistad.

«El Bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo. Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 985-986).

Preguntas para la reflexión

Si ya soy hijo de Dios, debería vivir como corresponde a quienes han recibido una dignidad tan grande. ¿Soy consciente del gran don que se me ha dado en el bautismo?, mi vida ¿es consecuente con dicha dignidad?

Dado que no siempre vivo como corresponde a un hijo de Dios, ¿recibo periódicamente el perdón de los pecados, participando en el sacramento de la penitencia? Dios me ofrece siempre su perdón, ¿yo soy capaz de perdonar a los que me han ofendido?

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